Mi versión de Conejo (Abelardo Castillo)

 Había pasado en la noche de anteayer, en realidad, todas las noches pasaba lo mismo. Ella y sus perpetuas miradas hacía mis silencios, hacía mis tormentos. Las voces y los cuerpos no tardaron en llegar. Venían y preguntaban del cómo estaba, del cómo pude permitir que pasara eso, del qué voy a hacer ahora.. venían y sentía una palmada sobre mi espalda, como si eso fuera lo que necesitara de como si eso me dieran las fuerzas ya perdidas y las ganas idas de decirle a mi hijo lo ocurrido en esa madrugada tan fría. Solamente es contemplación hacía la inocencia volcada en un repulsivo conejo guarecido de la impavidez de un pendejo, no creas, a veces hay lágrimas. Pobre de él que culpa tiene que en esa reprimida noche, su madre; la mía se fuera, perpetuando por última vez mi insania. 

 Los días pasan y la esperanza de a poco desvanece. Al pendejo lo envíe con el primo ése, Julio creo que se llama pero yo le digo gordo rompe huevos porque está gordo y rompe los huevos. Lo llevé para allá porque creo que se llevan bien. Además porque las voces decían que ella estaba bien, bien con el primo Juan Carlos, de ése sí me acuerdo. Paraban en Olavarría.  El sinvergüenza  ese se debió mear encima cuando la vio, estoy seguro. Probablemente pensaba que ella nunca se iba a animar, que lo suyo nunca se iba a descubrir. 

 En fin, al pendejo lo quiero excluido de todo ese circo despiadado. Y al conejo, símbolo de ausencia y negligencia por parte de ella, prendido fuego o mejor, cagado de hambre. Hambre nunca saciado  y yo en la sed de siempre. 

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