Las Torres
Había pasado en la noche de anteayer, aunque en realidad siempre era lo mismo. En González Catán, La Matanza, las noches tienen un silencio distinto. Entre las chapas húmedas, el ladrido de los perros y las luces titilantes de los postes, siempre vuelvo a recordar aquella madrugada. Fue la última vez que lo oí. Todos los días iba a trabajar a Los Hornos, cerca de los descampados y del basural que siempre está prendido fuego y su humo se inhala y penetra en los seres dormidos. En Los Hornos hacemos ladrillos de barro, ladrillos para construir quizás una vida mejor. Ese día fue peculiar, ya que con mis compañeros nos obligaron quedarnos hasta tarde para completar una carga que partiría al exterior de la localidad, la ganancia era jugosa para el dueño de los hornos, la paga mía un efímero disfrute gastado en cervezas y risas que terminaban abatidas. Era la última carga y mis manos la sentían, el barro húmedo se impregnaba en la piel como un día de sol que te atraviesa y te incendia. Eran pasadas las doce, y sólo podía pensar en el último bondi que pasa por la ruta 3, el 218 de Almafuerte, su último horario es a las 21.40hs, este pensamiento me carcomía la cabeza.
-Dale que no falta nada, dale apura- me decía uno mientras estaba apoyado sobre la puerta del camión fumando un pucho, yacía la madrugada que cargué el último. El dueño adulaba mi labor pues sabrosa ganancia para él, yo la afligía. Contemplando al camión partir, sacudí el barro restante sobre mi fachada, agarré la mochila y me fui. Llegando a las tres de la madrugada y el colectivo que no iba a pasar, decidí caminar. Yo vivo adentro de González Catán, no sobre la ruta, yo vivo en el interior del barrio, ahí cerca de los cementerios de Jardín Oeste, Campo Santo y El Penal. Marchando hacía mi casa con techo de chapa, hace frío, la frazada no alcanza. Caminando voy por la extensa calle Domingo Scarlatti, tengo aún quince cuadras, no corre ni un alma y la poca iluminación de los postes para guiar, quiero llegar de una vez a casa. Dícese de los postes, enormes anchos postes, suelen decirles acá torres de luz de alta tensión ya que iluminan o tratan de encender a Catán entre tanta oscuridad. Completando la mitad de mi camino, extraviado en mis pensamientos, escucho un estruendo PUM PUM! Reaccioné y observé la torre de luz tundir al lado mío. Mi mente no comprendía, mi cuerpo se estremecía, corrí.
El recuerdo siempre está. A veces lo cuento como anécdota y la gente se ríe. Yo no creo en fantasma ni nada, pero ahora que lo noto, en esa madrugada pase justo por la torre de luz que está al lado del Cementerio de Jardín Oeste, no me di cuenta hasta ahora. ¿Quién iba a estar empujando aquella torre extensa de cemento? Me pregunto mientras estoy arriba del bondi esperando a que se libere un asiento, pasando por las descascaradas calles de Scarlatti, yendo hacía Los Hornos.
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